sábado, 1 de enero de 2011

Escritos

MANOS SACERDOTALES

Manos consagradas que necesitamos desde el inicio de la vida hasta su fin.
Manos que buscamos con afán en las angustias de nuestra vida.
Los poderosos, lo mismo que los humildes nacemos pecadores y las manos que nos hacen puros son las benditas manos del sacerdote.
Día a día contemplamos en el altar esas manos que ni a las de un Rey se pueden igualar en grandeza ni en dignidad.
En el silencio de la mañana, cuando el sol asoma en el oriente, Dios reposa y descansa entre las manos sagradas del sacerdote.
En las tentaciones, cuando vamos por senderos escabrosos del vicio y del pecado, la mano del sacerdote nos absuelve en nombre de Cristo, una y otra vez.
Cuando nos desposamos, las manos del sacerdote son las que bendicen nuestra unión.
Manos que estrechan paternal y amistosamente las tiernas manos de un niño, la fuerte mano de un joven, la delicada mano de un anciano.
Manos que contagian la presencia del Espíritu Santo.
Manos siempre abiertas para dar al necesitado y para recibir a quien lo necesite.
Manos que bendicen y que aman.
Manos que trabajan sin tregua, no por un salario sino por el galardón eterno.
Manos que se extienden para hacer prisionero de esta tierra a Jesús Eucaristía.
Manos que acarician el Sagrado Cuerpo y Sangre del Rey de Reyes.
Manos que sostienen al mismo dueño del universo.
¡Benditas manos! Jamás deberían mancharse, pues son un pequeño sagrario que sostienen al Santísimo Sacramento.
Son como las manos de la Santísima Virgen que acarician al Salvador de las almas.

¡Señor, bendice y conserva, santas y puras, para la hostia inmaculada, esas manos que te acarician!
¡Guárdalos, te lo pedimos, amadísimo Señor!
Guárdalos porque son tuyos; guarda a tus sacerdotes, cuyas vidas se inmolan ante tu sagrado altar.
Guárdalos porque están en el mundo, aunque separados del mundo.
Cuando los placeres y tentaciones mundanas los atraigan y seduzcan, guárdalos amorosamente dentro de tu Corazón.
Protégelos en las horas de soledad y de dolor.
Cuando toda su vida de sacrificio y privaciones por las almas parezcan haber sido en vano.
Guárdalos Señor, y recuerda que no tienen a nadie más que a Ti.
Su corazón es humano, con todas las fragilidades humanas.
Consérvalos limpios y puros, como la hostia Santa, que día a día consagran con amorosa ternura.
¡Oh amadísimo Señor! Dígnate bendecir todos sus pensamientos, palabras y obras.

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